febrero 11, 2011

¿Mi cuerpo, mi capital? por Donna Dickenson

LONDRES – En los años 1960, las feministas acuñaron el slogan “Nuestros cuerpos, nuestras vidas”. Pero ese sentimiento liberador recientemente sufrió un giro irónico. Como lo expresa una mujer norteamericana anónima, al justificar su decisión de someterse a una cirugía cosmética, “Todo lo que tenemos en la vida somos nosotros mismos y lo que podemos mostrar todos los días para que el mundo vea … Yo soy todo lo que tengo”.
El analista francés Hervé Juvin exaltó esta nueva actitud hacia el cuerpo en su sorpresivo éxito editorial de 2005 L’avènement du corps ( El advenimiento del cuerpo ). La cirugía plástica, la implantación de biochips, los piercings –todos adornan la creencia de que nuestros cuerpos son nuestra única propiedad-. Juvin asegura que, al mismo tiempo, como todos tenemos un cuerpo, la propiedad repentinamente se ha democratizado.

Pareciera que vivimos en un momento que ha presenciado el absoluto fracaso de los grandes sueños de la Ilustración sobre el progreso lineal, la paz universal y la igualdad entre ricos y pobres. Junto con la hostilidad generalizada hacia la religión organizada, manifestada en libros inmensamente populares como The God Delusion (El espejismo de Dios) de Richard Dawkins, la desilusión con los ideales sociales implica que nos volquemos hacia adentro. A falta de una creencia en la vida eterna, se pasa a invertir todo en esta vida, este cuerpo.
Una larga vida es nuestro deseo; la juventud eterna, nuestro supuesto derecho, y el mito del cuerpo sin origen o límites, nuestra nueva religión. Esa podría ser la razón por la que una gran mayoría considera que los gobiernos tienen la obligación positiva de promover la investigación de células madre y otras formas de progreso médico. Las industrias de la biotecnología florecen, con aprobación y respaldo estatal, porque suman valor agregado al cuerpo, el objeto de valor supremo para nosotros.

De hecho, la infinita renovación del cuerpo no está confinada a las reparaciones superficiales a través de la cirugía cosmética. Se pueden implantar sustitutos externos para estructuras orgánicas, rompiendo así la barrera entre el cuerpo y el mundo exterior. Al mismo tiempo, el tejido removido del organismo ingresa al comercio y al mercado como cualquier otra materia prima, en forma de líneas de células madre, óvulos humanos y otros “productos”.

El profesor de derecho norteamericano James Boyle cree que podemos entender de qué manera el cuerpo se ha convertido en un objeto de comercio si hacemos una comparación con el proceso histórico de cercamiento. En Gran Bretaña, en el siglo XVIII, la tierra, que anteriormente era un recurso público, fue “encerrada” por propietarios privados. Desaparecidas las restricciones legales de tipo feudal sobre la transferencia de titularidad y de derechos tradicionales pertenecientes a los plebeyos que usaban la tierra comunal para pastura de sus animales, las tierras ahora se podían vender para recaudar capital, que ayudaba a financiar la revolución industrial.

En la biotecnología moderna, piensa Boyle, las cosas que anteriormente estaban fuera de mercado –y que alguna vez se consideraban imposibles de comercializar- se están privatizando por rutina. Uno de cada cinco genes humanos hoy está patentado, aunque se podría pensar que el genoma humano es nuestro legado común. Y si bien Boyle no menciona este último avance, la sangre del cordón umbilical, tomada en la etapa final del trabajo de parto, hoy es almacenada por empresas rentables como una fuente potencial –aunque improbable- de células madre para el bebé.

En biomedicina, una serie de casos legales han generado un fuerte impulso hacia la transferencia de los derechos sobre el cuerpo y sus partes componentes del individuo “propietario” a las corporaciones e instituciones de investigación. De modo que el cuerpo ingresó en el mercado, convirtiéndose en capital, de la misma manera que la tierra en su momento, aunque no todos se benefician, de la misma manera que los plebeyos desposeídos no se volvieron adinerados durante los encerramientos agrícolas.

La mayoría de la gente se sorprende cuando se entera de que una quinta parte del genoma humano está patentado, principalmente por empresas privadas. Ahora bien, ¿por qué tanta sorpresa? Después de todo, los cuerpos femeninos han sido objeto de varias formas de propiedad durante muchos siglos y en muchas sociedades.

Se utilizan los cuerpos de las mujeres para vender de todo, desde autos hasta música, por supuesto. Pero el tejido femenino ha sido objetivado y comercializado de maneras mucho más profundas, en sistemas legales desde Atenas en adelante. Mientras que los hombres también fueron transformados en objetos de propiedad y comercio, como los esclavos, en general las mujeres tenían muchas más probabilidades de ser tratadas como materias primas en sistemas donde no existía la propiedad de esclavos. Una vez que la mujer había dado su consentimiento inicial al “contrato” matrimonial, no tenía derecho a retractarse de su consentimiento a tener relaciones sexuales –nunca.

Existen paralelismos claros entre esta situación y la manera en que el derecho común ha ofrecido escasa compensación a aquellos pacientes que han intentado reclamar derechos de propiedad sobre tejidos que les fueron extraídos, o a los activistas que buscan limitar los poderes de la Gran Biotecnología sobre las patentes genéticas humanas. Se supone que todos los cuerpos ahora son de “libre acceso”, como lo han sido siempre las mujeres.

Pero el ataque a la libertad se percibe como tal sólo cuando empieza a aplicarse a los hombres. Pasó mucho tiempo hasta que la gente percibió que se requerían grandes cantidades de óvulos femeninos para tecnologías en células madre: un fenómeno que yo llamo “la dama desaparece”. Los debates sobre células madre muchas veces parecen basarse en la presunción de que sólo importa la condición del embrión. Mucha gente sigue sin tomar conciencia de que los óvulos femeninos son una parte crucial de la “clonación terapéutica”. Por el contrario, las patentes genéticas, que afectan a ambos sexos, han generado (debidamente) una gigantesca literatura académica y un debate popular muy vigoroso. ¿Pura coincidencia?

Los nuevos cercamientos de los plebeyos genéticos o del tejido corporal amenazan con extender la objetivación y comercialización del cuerpo a ambos sexos. Todos tienen un cuerpo femenino hoy o, más correctamente, un cuerpo feminizado. En lugar de contar con una inversión en nuestros cuerpos, todos corremos el riesgo de convertirnos en capital: mi cuerpo, pero el capital de otro.

Donna Dickenson, profesora emérita de Etica Médica y Humanidades en la Universidad de Londres, fue la ganadora del premio international Spinoza Lens en 2006 por su aporte al debate público sobre la ética. Su último libro es Body Shopping: The Economy Fuelled by Flesh and Blood.

Copyright: Project Syndicate/Institute for Human Sciences, 2008.
http://www.project-syndicate.org/
Traducción de Claudia Martínez
Fuente: http://www.project-syndicate.org/commentary/dickenson1/Spanish
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